Me encuentro contigo,
domadora de reyes
que se tornan borrosos
en los recovecos asombrosos
De aquel camino
que muchos osan
llamar destino,
el cual serpentea
Despojando de cordura
a todo aquel que,
aún dentro de su investidura,
hace a un lado sus miedos,
y se aventura
Como caída en picada,
a la marea fortuita
del atardecer ardiendo.
Enérgico,
como el canto de aquel ave
que te vio llegar,
que reparó en nuestros pasos,
como los retazos
Que, uno a uno,
fueron componiendo este cuento
que, si bien no es perfecto
y tampoco es para niños,
la enseñanza a la que me ciño
es algo que no se le quita.
Me gusta el cielo de tu rostro,
porque tiene dos lunas
rodeadas de estrellas,
que se hacen más bellas
cuando llega el amanecer.
Y en aquel atardecer,
voy a verte una vez más,
luego de la dulce retahíla,
para amanecer contigo
y que no importe nada más.
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