Con
el mirar de los humanos,
con
su mirar altivo,
se
encontraba aquel señor
con
un aire pensativo.
Interrumpen sus pensamientos,
unos
ojos penetrantes:
un
gato mirando fijamente
con
actitud suplicante.
Lo
contemplé con curiosidad,
como
preguntando: “¿qué dices?”
Sus
ojos: sabiduría.
Mis
ojos: dos aprendices.
Me
dejé llevar,
me
hundí en esos ojos,
cuyo
reflejo era fuego,
destrucción
y despojo.
Me
mostró claramente el infierno,
ni
una flor en las cenizas.
Ni
una palabra de amor,
ni
siquiera una sonrisa.
Fue
al escuchar la triste melodía
de
una mujer que a lo lejos cantaba,
que
comprendí lo que me mostraba el gato:
Era
el planeta Tierra donde me encontraba.
Volví
a mi cuerpo, perplejo,
agradecí
al gato, más no sé si me entendió,
miré
a mi alrededor,
y
no me fue difícil imaginar lo que me mostró.
Muchos
dormirán tranquilos,
pero
hoy aprendí en mi insomnio,
que
el infierno es nuestra obra,
y
nosotros los demonios.
...La
justicia se acerca, y no decido si quiero arrodillarme y caer de primero con
humildad y cobardía, o esforzarme en mantenerme de pie, para contemplar hasta
el final la barbarie de la que somos autores...
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