Y allí estaba el científico despiadado,
con su robot destartalado compuesto de partes
humanas, queriendo que corra. Cuando la mitad
de sus piezas ya están defectuosas de tantos inten-
tos fallidos de hacerlo caminar. Un paso, dos pa-
sos, un golpe en la sien por tambalearse, y con las orejas que casi se caen, percibe un zumbido fami-
liar. El veneno del óxido y la sulfatación que i-
nunda el lugar, él ni siquiera lo ha producido, pe-
ro al robot se le escapa por los poros de todas
formas, y el científico lo encuentra ácido, inso-
portable. Le costará otro golpe en la sien. De una patada, el robot abre una puerta que parecía se-
llada, pero que en realidad estaba abierta. Un pa-so, dos pasos y, por primera vez en mucho tiempo, empieza a correr.
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