Sal
de la manta
que
cubre tu cuerpo,
y
reta al demonio
que
vino a por ti.
Abre
los ojos,
escucha
el silencio,
y, de forma sublime,
lo
podrás sentir.
Dice
el reloj
que
ha aprendido a moverse,
y
que no se preocupa por el ayer.
Pero
el reloj
no
tiene que olvidar
el
sabor de los labios de una mujer.
Estoy
de pie
en
mi habitación,
ya
sal donde quiera que estés.
Aquellos
ojos rojos
llenos
de fascinación,
ansían
mi mundo al revés.
¿De
qué te alimentas,
si
no tengo miedo?
Te
veo más débil que antes.
Termina
de entender,
que
tu cena no he de ser,
deposita
tu ansiedad en otra parte.
Enciendo
mi fuego, tu fuego,
el
de los dos,
y
puedo ver su cara de espanto.
Luego
de que él se vaya,
tú
me apaciguarás,
al
ritmo de tus manos y tu canto.
Pero
no tan fácilmente
lo
he de vencer,
pues
enciendo un cigarrillo
y
lo veo volver.
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