Con los ojos cerrados, se escucha y
se siente todo con más claridad. Cuando se deja de escuchar, se abren más los
ojos, y es más fácil sentir las gotas de la lluvia de ideas que te empapa
constantemente.
Ahí estaba él, brazos cruzados, sin
escuchar nada. Atento a cada movimiento, a cada gesto, a cada mirada;
observando con detenimiento cada minucioso y elaborado ataque que se forjaba en
los actos de aquella mujer. ¿Que si la quiere? ¿Y cómo no lo haría? Es la
fuente inagotable de sorpresas, es el misterio hecho persona, y cada paso que
da lo lleva a algo excelente. ¿Que si lo hiere? ¿Y cómo lo sabría? Ni siquiera
él mismo sabe cuando está herido: la sonrisa de una máscara se mantiene
intacta, aún cuando los gestos del portador cambien.
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