Jugadores descuidados llenan la mesa
de naipes, ponen extremidades en juego; cantan borrachos hasta el amanecer. Siempre
sedientos, se dejan caer sobre jarras infinitas de peligrosos líquidos, y si
están muy aburridos apuestan sus vidas felizmente.
Disfrutan de la vida y se ríen a carcajadas de la muerte.
Saben que, si mueren, les basta un simple gesto para estar de nuevo en pie,
porque no es tan fácil matar completamente a algo que ya está, en esencia,
muerto.
Tengo la mano perfecta para hacerte creer que vas a ganar y
quitarte del medio, de una vez por todas, en el último momento. Hoy, yo también
soy un jugador descuidado, haciendo estallar las cartas contra la mesa, huyendo
con torpeza de la realidad, pidiendo vaso tras vaso, cayendo peldaño tras
peldaño, rasgando punto tras punto… ganando de mentira en mentira.
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