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domingo, 6 de abril de 2014

Suicidio parsimonioso (8 de Marzo. 2014)

“…presas vestidas de cazadores que huían como huyen de la luz los animales nocturnos” Alejandro Jodorowsky.
         Jugaban a afilar sus dientes y practicaban con dedicación temibles rugidos que recordaban a demonios o a alguna otra criatura tenebrosa. Corrían por los pasillos del castillo esgrimiendo dagas de aspecto mortal y jurando que sus rostros exudaban furia y repartían miedo.
        Fingían que no se retorcían por las noches sollozando de puro pánico a los regalos inciertos de la oscuridad. Comían con las manos, bebían mucho alcohol y en sus pequeños rostros casi lograba ocultarse la indecisión.
        Fingían determinación, creían hacer el amor y sonreían saboreando una falsa felicidad.
        Cuando el guerrero cruzó la puerta con exagerada parsimonia, bostezando de sueño y aburrimiento, sólo unos pocos salieron a su encuentro. Todos, sin embargo, olvidaron sus temibles rugidos y su amenazadora mirada. Los que no estaban buscando una forma de escapar, aguardaban con pánico cualquier movimiento del guerrero.
        Bostezando nuevamente, él de dejó caer en la cama más cercana, puso su espada delicadamente en el piso y, acto seguido, cerró los ojos y se durmió inmediatamente, como si no hubiese visto a las pequeñas criaturas que habitaban el lugar.
        El verlo dormido no disminuía ni un poco el miedo de las bestias. Temblando, sólo tres se atrevieron a comenzar a acercarse, y el corazón se les aceleraba más con cada paso. Al cabo de un tiempo, finalmente los tres se encontraban al pie de la cama y decidieron asesinar al guerrero.

        Conteniendo la respiración, acercaban lentamente sus miserables dagas al cuello de aquella figura imponente que dormía despreocupadamente. Cuando las armas se acercaron más de lo debido, todo ocurrió tan rápido que nadie pudo entenderlo: Un sonido metálico despertó al guerrero justo a tiempo para que viera cómo su brazo, que ahora tenía su espada, trazaba un semicírculo en el aire y hacía saltar, en el camino, la cabeza de las tres bestias, que no notaron que habían muerto hasta que sus cabezas comenzaron a rodar estruendosamente por el ahora ensangrentado piso. Con cierta molestia y otro prolongado bostezo, el guerrero retomó su sueño, con la espada chorreando sangre en su mano.

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