“…presas
vestidas de cazadores que huían como huyen de la luz los animales nocturnos” Alejandro
Jodorowsky.
Jugaban a afilar sus dientes y
practicaban con dedicación temibles rugidos que recordaban a demonios o a
alguna otra criatura tenebrosa. Corrían por los pasillos del castillo
esgrimiendo dagas de aspecto mortal y jurando que sus rostros exudaban furia y
repartían miedo.
Fingían que no se retorcían por las noches sollozando de puro
pánico a los regalos inciertos de la oscuridad. Comían con las manos, bebían
mucho alcohol y en sus pequeños rostros casi lograba ocultarse la indecisión.
Fingían determinación, creían hacer el amor y sonreían
saboreando una falsa felicidad.
Cuando el guerrero cruzó la puerta con exagerada parsimonia,
bostezando de sueño y aburrimiento, sólo unos pocos salieron a su encuentro.
Todos, sin embargo, olvidaron sus temibles rugidos y su amenazadora mirada. Los
que no estaban buscando una forma de escapar, aguardaban con pánico cualquier
movimiento del guerrero.
Bostezando nuevamente, él de dejó caer en la cama más
cercana, puso su espada delicadamente en el piso y, acto seguido, cerró los
ojos y se durmió inmediatamente, como si no hubiese visto a las pequeñas
criaturas que habitaban el lugar.
El verlo dormido no disminuía ni un poco el miedo de las
bestias. Temblando, sólo tres se atrevieron a comenzar a acercarse, y el
corazón se les aceleraba más con cada paso. Al cabo de un tiempo, finalmente
los tres se encontraban al pie de la cama y decidieron asesinar al guerrero.
Conteniendo la respiración, acercaban lentamente sus
miserables dagas al cuello de aquella figura imponente que dormía
despreocupadamente. Cuando las armas se acercaron más de lo debido, todo
ocurrió tan rápido que nadie pudo entenderlo: Un sonido metálico despertó al
guerrero justo a tiempo para que viera cómo su brazo, que ahora tenía su
espada, trazaba un semicírculo en el aire y hacía saltar, en el camino, la
cabeza de las tres bestias, que no notaron que habían muerto hasta que sus
cabezas comenzaron a rodar estruendosamente por el ahora ensangrentado piso.
Con cierta molestia y otro prolongado bostezo, el guerrero retomó su sueño, con
la espada chorreando sangre en su mano.
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