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martes, 17 de junio de 2014

Un beso leve (8 de Junio. 2014)‏

Entró sin aire al pasillo del quinto piso. Supo, desde que la vio, que había surgido una nueva necesidad: tenerla. Cargaba grilletes negros como una noche sin luna ni estrellas, cicatrices leves, pero numerosas: caos; ni más ni menos.
Comenzó un discurso frágil repleto de titubeos y lagunas pantanosas. Pedía un encendedor oxidado que él había puesto sobre la mesa, desde donde la observaba detenidamente. Luego gritaba con los ojos, con las manos, con el alma. Los ángeles de las ventanas interrumpieron su copiosa canción para escuchar los alaridos incesantes. Libertad y justicia, entre otras cosas. 
Se puso de pie con una lanza de pleitesía y una punta afilada con un dejo de arrogancia que arrojó sobre su boca tan pronto pudo. El encendedor se hizo el muerto apenas dio un paso hacia ella, dejando su cigarro con un beso leve, una pequeña chispa que fue obligada con dificultad a crecer, a consumir todo.
Entre la lluvia de cenizas que iba dejando, se acercaron. Tomó su mano con impaciencia. Había estudiado suficiente su mirada y había notado la inclemente curiosidad asomándose, despeinada y sonriente, por el par de ventanas. Entraron al sitio donde se escondía la luna, ansiosos. Allí jugó a desabotonarle los grilletes, a arrancarle a mordidas las cicatrices. 

A salvo y en libertad, se ocupó de cerrar las cortinas para dejar la luna por fuera. Comenzó a ordenar la habitación. Con gritos movía la ropa, con jadeos el techo... con gemidos movía libros, los acomodaba en las estanterías.
Terminado el acto recíproco, notó los grilletes azules como un cielo nutrido de sol. Surgió el cuchillo, llenó las sábanas de sangre, pero ya era muy tarde para apagar el encendedor: le había dejado un beso leve en la frente, una pequeña chispa...

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