Vistas de página en total

martes, 17 de junio de 2014

Viendo las barcas pasar (17 de Junio. 2014)‏

"¿Y si la felicidad es la que dicen? / entonces soy un infeliz, feliz de serlo" Miguel Ángel Nieves - Octanos.

Tomás llegó al lugar de costumbre, a la hora de costumbre. Iba a pedir un café, pero se decidió en último momento por una cerveza. Esperaba, mientras veía a lo lejos la lenta navegación de las pequeñas barcas, alejándose con el mar. Sabía que lo que transportaban le pertenecía y hace mucho tiempo que había intentado detenerlos, cosa que nunca había conseguido. Continuaban arrebatándole lo que era suyo por derecho, si es que por derecho se tiene algo en algún momento.

Pasaron un par de melancólicas y lentas horas y decidió retirarse luego de la séptima cerveza. 16 tragos exactos le bastaban para vaciar cada botella, 16 tragos que había distribuido 7 veces con la mayor parsimonia posible, saboreando pensativo el líquido y el aire fresco; el aire virgen que no combinaba con sus sentimientos. 


La encargada lo observaba con una lástima que él percibía, pero fingía ignorar. Era la quinta noche que venía solo, y parecía suplicar que ella ocupara la silla de enfrente, que la soledad no le hiciera compañía ni un día más.

Cuando los sueños agitados despertaban a Tatiana, ella se limitaba a encender un cigarro y a quedarse dormida nuevamente al terminarlo. En el fondo le causaba cierto placer el hecho de viajar, de irse muy lejos y no decirle nada, de no responder las llamadas, de saber que él, aunque no le dijera a nadie, lloraba todas las noches.
No era que no quería verlo más, pero poco importaba lo que quisiera.

En la octava noche solitaria en el mismo lugar, Tomás decidió soñar con la idea de que ella estaba por llegar, con la sensación de que una vez más estaba equivocado. Un sueño que no lo abandonaría más, que se haría perenne. Claro, ¿quién usa los ojos cuando ama? Los ojos sólo sirven cuando tienen los ojos amados dentro del campo visual. De resto, es mejor cerrarlos y soñar.

La décima quinta noche, la encargada se sentó frente a él luego de la tercera cerveza. Naturalmente, terminaron en su casa. Naturalmente, intentaron hacer el amor. Naturalmente, no fue más que sexo, vacío y sin control.

La noche siguiente, compró las cervezas en un mercado y se las llevó al muelle. 16 cervezas, 16 botellas que vaciaba en 7 tragos cada una. Las últimas barcas se alejaban lentamente y Tomás las veía de cerca por primera vez. Entonces comprendió que lo había perdido absolutamente todo, que junto con las llaves de la casa y las sábanas, también se iban sus cabellos. Que entre las sillas y la mesa del comedor, se iba su boca... que con la almohada se iban sus ojos.

Cuando dos cosas están tan meticulosamente unidas, no es posible separarlas sin despedazar ambas. Supuso que la sal del mar le haría bien.

"Tatiana, Tati... si por lo menos no estuvieses ocupando nuestra mesa de costumbre en nuestro lugar de costumbre, mientras yo me ahogo al borde del muelle viendo las barcas pasar..."

No hay comentarios:

Publicar un comentario