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viernes, 31 de julio de 2015

Un ejército de constelaciones (16/6/2015)

—Míranos –le dije, con la mirada perdida todavía, navegando en el perfume de los recuerdos latentes, mientras paseaba mis dedos por una vena de sus delicadas manos, que se dividía y luego volvía a hacerse una.

Los cabellos de ella se desparramaban por la almohada, en círculos simétricos y asimétricos. Un curioso desastre.

—Tienes tantas constelaciones guardadas en esos ojos –proseguí con la voz suave y dulce que le dedicaba sólo a ella– que siento como si ensancharas mi mundo un poco más cada tanto que me miras.
—¿Duele?

Así era ella, y a los oídos del resto del mundo pudiese haber sonado despiadada, pero esa mueca ligera, casi imperceptible, hacía que para mí todo valiera la pena. Me acerqué un poco más a su ser y la abarqué, como si volara en su regazo y fuera a caer si la soltaba. Luego de eso fue que respondí:

—Hace cosquillas, de hecho.
—Me refiero a la herida, tonto.

Apuntó con su dedo índice a la línea diagonal que estaba en mi pecho y fue cuando noté que estaba sangrando de nuevo. Con cada inhalación, la herida se abría un poco, como una gran boca, y apartar la mirada de sus constelaciones hizo que comenzara a sentir un ardor infernal. Decidí mentir para devolverle la sonrisa:

—Sólo molesta un poco. Descuida.

Y sus muros (todos y cada uno de ellos) resultaron abatibles ante la forma en que la besé esa noche. Aberración era no nadar por todos los cauces visibles e invisibles que la recorrían.

—¿Cómo haces? –me preguntó a las horas.
—¿Para qué?
—Para luchar tanto y no perder. Para matarlos a todos y continuar en pie.
—Resulta –le dije entre besos y sonrisas– que tengo mil musas que abaratan mis combates. Mil musas, todas encerradas en tu cuerpo; todas con el mismo aroma. Estás en mí, luchas conmigo... y nadie más tiene tal ejército respaldándolo.

Me di la vuelta a tiempo para ver cómo la manilla era forzada con suma cautela, intentando tomarme por sorpresa.

Las sábanas me pusieron mala cara cuando me levanté de la cama y coloqué a mi ejército de constelaciones sobre mi espalda. Los cuerpos comenzaron a caer, uno a uno, a medida que amanecía.

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